Quedé con ella el sábado por la noche. No es la primera vez que salimos a tomar algo por ahí. Sé que le gusto, se siente atraída por mí. Eso me parece normal. Si yo fuera una mujer también me sentiría atraído por alguien como yo. Soy el único hombre perfecto de esta tierra. Mi esperma es el único que aún no ha degenerado. Es indigno intentar comparar al resto de escoria conmigo. Por eso la llamé. Porque sabía que a esa maldita zorra la encanta follar conmigo. Está loca por follarme. Otras veces es ella la que me llama, pero esta vez fui yo. Me apetecía tirarme a esa zorra.
Compartimos la típica charla absurda. La invité a algunas copas después de cenar en un restaurante italiano. Me encanta la comida italiana. Lo único que la estropea es ver las putas caras de esos asquerosos maricones hablando un idioma de tan patético como su país de ladrones. Joder, ¿cómo se puede tener esa entonación y no pretender que la gente se ría de ti? Cuando oigo hablar a uno de ellos me dan ganas de meterles un cuchillo por la boca y cortar sus lenguas para que no puedan volver a hacerlo.
De cualquier forma la cena estaba rica. Después de las copas fuimos a su casa. Follamos. La follé como nadie la había follado nunca. Se la metí sin parar mientras escuchaba sus gemidos de placer. Por la mañana desayunamos juntos y me fui a mi casa.
Cuando volvía para casa me fijé en todas las mujeres que pasaban por mi lado. Todas ellas me daban asco. Malditas. Miro su caminar orgulloso, altanero. Caminan como si tuvieran el poder en sus manos. Como su pudieran hacer de cualquier hombre un pobre pelele. Me fijo en todos sus rasgos. Aprieto los dientes y aligero el paso. Me apetece descansar. Hoy sólo quiero descansar.