Los rayos de luz llevan varias horas molestando mi sueño. Es fin de semana y no me apetece nada levantarme. No obstante llevo un buen rato despierto. Miro el techo. Pienso en la chica de la tienda de flores. Pienso en lo que hice con ella. Tengo una extraña sensación dentro de mí. No lo entiendo. No estoy acostumbrado. Algo me dice que no tenía que haberla matado. No tiene ningún sentido. Mucha más gente merece morir. Quizá ella también, pero no estoy seguro. De repente recuerdo a Lorena. Ella tampoco lo merecía. Del resto no tengo ninguna duda. Están mejor muertos. Guardo silencio. Dejo pasar los minutos ahí tumbado, boca arriba.
La idea de haberme equivocado atormenta mi mente. ¿Por qué me pasa esto ahora? Me desquicio. Finalmente decido salir de la cama. Voy al baño. Me miro en el espejo. Miro mi cara. El miedo se apodera de mí. Es la primera vez en mi vida que me miro y no me gusto. No soy dios. No soy perfecto. Tengo ojeras. El pelo despeinado. Los ojos rojizos. Me doy asco. Mi cara es vulgar, común, simple. Estoy aterrado.
Me ducho con calma. Imagino que todo puede ser un sueño. Desayuno mientras leo las noticias en mi ordenador. Todas hacen eco del asesinato en la floristería. Intuyo que pronto me veré las caras con el inspector. Necesito dar un paseo. Salgo a la calle. Me dirijo a un parque cercano a mi casa. Hace un buen día. Hay gente corriendo, haciendo deporte. Gente paseando con sus perros. Madres con sus hijos. Algunas personas leen el periódico. Las portadas hablan del loco asesino. Sigo andando sin rumbo. Por mi cabeza pasan imágenes sin sentido. Caras. Rostros asustados. Miradas perdidas. Cuellos degollados. Sangre brotando de heridas. Tajos en la carne.
Camino perdido. No entiendo lo que me está pasando. Levanto la mirada. La veo. Dejo de caminar. La miro. Una mujer preciosa está sentada en uno de los bancos. Tiene un libro entre las manos. Cerca juguetea un niño. Ella me ve. Cruzamos las miradas. Unos ojos profundos se clavan en mí, escrutan en mi interior. Sonríe. De repente el crío le pregunta algo a la mujer. Es su madre. Ella aparta la mirada y habla con el niño. Continúo mi camino.
Vuelvo a casa. Paso el resto del día metido allí, sentado en un sillón. Intento concentrarme en un libro que he comprado antes de subir. Soy incapaz de leer. La imagen de la mujer se ha clavado en mi mente. No dejo de pensar en ella. Creo que estoy enfermando. Necesito que pase este día. Que llegue mañana. Mañana. Siempre mañana.