Día 47

He pasado todo el día caminando, buscando. Todo el mundo es sospechoso, pero estoy seguro de que aún no lo he visto. Sé que cuando lo vea lo sabré. Imagino su rostro. Imagino un hombre fuerte, ojos inteligentes. Debe ser alguien especial. Casi ha podido conmigo, pero esta vez yo ganaré.

Son las once de la noche. Aún no he comido. No lo necesito. Tampoco dormir. Primero acabaré con mis propios demonios y luego acabaré con él. Sigo andando. Casi no hay nadie por las calles. Pero él está ahí, seguro. Me paro en un cruce. Son pequeñas callejuelas cerca del centro. Cerca del bar donde murió la camarera. Espero. Permanezco allí, quieto, expectante.

Dejo pasar los minutos. Tal vez las horas. El tiempo es algo completamente ajeno a mí. Mi móvil vibra en mi bolsillo. Miro la pantalla. Es un número desconocido. Descuelgo.

–¿Diga?

–Deberías abrigarte. Estas noches son frías.

–Maldito seas Judas -maldigo su nombre. Maldigo el momento en el que nació–. Voy a acabar contigo –susurro.

–Puede ser, maestro. Si no acabo contigo yo antes. Tienes mal aspecto. Ya te lo dije la última vez. No te cuidas…

Miro alrededor. Él tiene que estar cerca. Tiene que estar muy cerca. Las calles están vacías. A lo lejos veo pasar una figura. Distingo el cuerpo de una mujer. No, no puede ser. Él es un hombre. Pero allí no hay nadie. Vuelvo a escuchar a través del teléfono.

–Dónde estás –digo con rabia.

–No pensarás que soy tan tonto como para decirlo, ¿verdad?

Camino desesperadamente. Voy hasta otra calle. No hay nadie. Vuelvo. Al pasar junto a un coche veo la figura de un hombre en su interior. Está hablando con un móvil. Le miro. Me mira. Cuelga el teléfono. Se queda paralizado. Me doy cuenta de que llevo mi cuchillo en la mano. Debo haberlo sacado inconscientemente. Dejo caer el teléfono y me lanzo hacia la puerta del conductor. Él intenta arrancar el coche. Soy mucho más rápido. Abro la puerta. Forcejeamos. Él no dice nada. Intenta golpearme. Meto medio cuerpo en el coche. Mi mano izquierda sujeta la suya. Estoy casi a horcajadas sobre él. Mi mano derecha se acerca a su costado. Emite un pequeño gruñido. Empujo el cuchillo hacia dentro. Noto la sangre caliente manar de su herida. Intenta forcejear, esta vez con menos fuerza. El movimiento hace que mi cuchillo le cause destrozos internamente. De repente queda paralizado. Le miro. Saco mi cuchillo de su costado. Lo acerco a su cuello. Acabo el trabajo.

Es él. Es Judas. Lo sé. Ante mí veo un hombre muerto, degollado, acuchillado. Veo mi mal, mi enemigo muerto. Mi victoria. Salgo del coche. Corro. Estoy empapado en sangre. Debo correr hasta mi casa. Mientras corro imagino mi nueva vida. Quiero gritar de alegría. Mañana podré ser yo mismo otra vez. Sigo corriendo con el cuchillo en mi mano, sumido en mis propios pensamientos. Un dolor intenso llena mi cabeza. Caigo al suelo. Casi no puedo ver qué ocurre a mi alrededor. Golpes. Dolor. Luces azules. Un tipo me grita. Sujetan con fuerza mis manos. Doy una patada a mi atacante. Es lo último que recuerdo.

Despierto. No sé dónde estoy. Una habitación. Dos tipos con uniformes de policía están en la puerta. Un tipo con bata comenta algo a los dos hombres. Estoy esposado a la cama.

–¿Que hago aquí? ¿Qué ha pasado?

–Estás detenido, hijo de puta. Por asesinato. Cierra la puta boca. Cuando salgas del hospital irás directo al calabozo. Estás perdido, jodido asesino psicópata.