Día 45

El frío de la mañana entumece mis músculos. Llevo caminado varias horas, durante la noche. He visto amanecer sobre esta ciudad. He visto morir un día y nacer otro. He visto las caras moribundas de los despojos humanos de la ciudad. De las personas que dejaron de parecerlo hace años. De esos hombres y mujeres tapados con cartones, durmiendo expuestos a las inclemencias del clima. Para el mundo es escoria barata de una ciudad que rebosa basura. Para mí no son distintos al resto de la gente. Restos de una raza abocada al exterminio. Intenté hacer algo por vosotros y vosotros me queréis desterrar. Habéis mandado a Judas a por mí porque me odiáis, porque no soportáis que os guíe por el buen sendero. Mi destrucción será vuestra pérdida.

Paso delante del quiosco. El joven vendedor de prensa me saluda con la cabeza. No parece hacerme demasiado caso. Me acerco. Busco con la mirada los titulares de la prensa del día. Un par de periódicos de tirada nacional sacan en primera página la noticia de la muerte de un hombre ayer, por la tarde, en un conocido parque público madrileño. Compro un par de ejemplares. El chico está bastante atareado colocando algunas revistas nuevas. Se interesa por mí, me pregunta qué tal estoy, aunque casi sin dirigirme la mirada. Realmente yo sé que no le intereso nada. Sólo está siendo amable porque no quiere que le compre periódicos a otro. Él mira por su negocio. Yo miro por mí. Le respondo cortés. Pago. Doy media vuelta y me voy.

Llego al trabajo caminando. Mi aspecto físico es deplorable. Llevo un par de días sin afeitar y visto la misma ropa que ayer. Tengo ojeras. Miro mi cara en el espejo del ascensor. Siento lástima de mí mismo. Conmigo sube una mujer de mediana edad. Puedo oler su perfume. Está bien vestida. También sube un tipo trajeado. Lleva un maletín de la mano. Su traje está impecable, sin una arruga. Yo llevo unos pantalones vaqueros manchados, una camisa maloliente y una chaqueta sucia. Es la misma ropa con la que ayer asesiné a ese hombre en el parque. Ambos me miran con desprecio. Los miro. No digo nada. El ascensor emite un leve sonido cuando llega a mi planta.

Entro en mi oficina. La gente me observa extrañada. Imagino que mi aspecto, siempre tan cuidado, les sorprende. Cuando estoy llegando a mi mesa el jefe se acerca a mí. Quiere que vaya a su despacho. Maldita sea, seguramente tenga que aguantar una bronca por mi vestimenta. Entro. Allí está también el director de la oficina de Madrid. Lo sé todo antes de que me lo digan. La conversación dura poco. Me despiden. Me dan un cheque con el finiquito. No quieren volverme a ver. Dicen que no están contentos con mi rendimiento. Les miro a la cara. Escruto en su mirada. Veo odio. Me odian. Todo el mundo me odia.

Recojo algunas cosas de mi mesa. No me despido de nadie. Salgo por la puerta. No miro hacia atrás. No quiero saber nada de nadie, nunca más. La humanidad entera busca su propia destrucción. No confían en mí. Yo tampoco confiaré en vosotros.

De vuelta a mi casa recuerdo que me he quedado sin teléfono móvil. Judas hizo que lo rompiera lanzándolo contra el suelo. Compro otro. Mantendré el mismo número. Dedicaré todos mis esfuerzos a dar con él. Tengo que acabar con él. Después todo será distinto.