Día 28

La oficina apesta a descerebrado. Cada día un poco más. No estoy seguro de poder seguir aquí mucho tiempo. Lo único bueno es que me pagan lo suficientemente bien para seguir haciendo mi trabajo, sin escuchar de mí demasiadas protestas. Llego a mi puesto. Tomo un café y comienzo mi jornada. No suelo despistarme demasiado. No me paso todo el día hablando como mis compañeros. Yo trabajo. Trabajo y pienso en salir de aquí lo antes posible. Una hora más metido en esta jaula y empezaré a enfurecerme. Miro el reloj. Sólo queda media hora para poder salir por la puerta sin que nadie me lance una mirada de desprecio. Odio eso. Da igual que la hora de salir sean las seis de la tarde. Salir al menos a las siete es un rito ancestral que nadie comprende, nadie apoya, a nadie agrada. Todo el mundo lo hace.

Estoy saliendo por la puerta. Pienso en ver a Marta. Ayer estuvimos hablando un buen rato. Su hijo jugaba cerca. Me cae bien. Es un chico solitario, como yo. Es fuerte, inteligente. Llegará lejos. Hoy no hemos quedado, pero sé que estará por el parque con su hijo. Ella sabe que yo iré. Tenemos que bailar esta melodía hasta poder hacer otra cosa. No me importa. Es la única persona con la que me encuentro a gusto.

En el ascensor de la oficina me encuentro a cuatro tipos que trabajan conmigo. Nos miramos. Sonrisas. Es la hora ¿eh?, comenta un botarate con corbata roja. Lleva un maletín en la mano. Se cree más importante por llevar el maletín. Todos piensan que lleva infinidad de papeles para trabajar en casa. Yo sé que lleva infinidad de revistas pornográficas para masturbarse en el baño. Las compra en un quiosco cerca de la oficina. Un día le vi comprarlas, pero no le dije nada. Él tampoco lo mencionó. Imagino su vida. Su sueldo es lo suficientemente alto para mantener varias familias a un buen nivel. Pero él sólo mantiene la suya. A su mujer, una vieja pija, gorda, imbécil, que ya no se la quiere chupar nunca, pero que disfruta tomando un café de media tarde con sus amigas del club. A su hijo, un niñato estúpido que va a clase en su moto nueva, con su casco y otro más para la «chati» que quiera montar hoy, y no precisamente en moto. Y a su perro, bueno, el de su mujer. Un caniche con corte de pelo de 30 euros. Amigo, tú no necesitas revistas para masturbarte. Con toda esa pasta que tienes deberías comprar otra familia. Ellos ni se darán cuenta de que faltas.

Un tipo con la cabeza llena de gomina y un traje de unos 600 euros pulsa el botón del sótano uno. Vamos al garaje, a ver mi nuevo coche, comenta mientras nos obliga a todos a bajar. Ya veréis que chulada, dice con una sonrisa tan estúpida como falsa en la boca. Todos asienten. Caminamos hacia un coche flamante, reluciente, nuevo. El coche valía 90.000 euros, pero el del concesionario ya me conocía de otras compras y me lo han dejado todo por 87.000. Un chollo. Dice todo esto sin inmutarse. Maldito cabrón. Me mira. ¿A que es una pasada? Joder, me está preguntando a mí. Si puedes deberías hacerte con uno así, no te arrepentirás, me dice con su puta sonrisa eterna. Cabrón de mierda. Permanezco allí haciendo el capullo hasta que todos decidimos irnos. Miro mi reloj. He de darme prisa si no quiero llegar tarde a mi «no cita» con Marta. El engominado y yo ya hablaremos otro día.