Esta mañana desperté feliz. Creo que la idea de escribir lo que me pasa por la cabeza y que todo el mundo pueda leerlo me ha levantado algo el ánimo. Cuando he bajado a la calle para ir al trabajo he saludado al portero y le he preguntado por su fin de semana. Estoy contento a pesar de ser lunes. La gente odia los lunes. Yo adoro los lunes porque veo el malestar en sus caras. Todos desearían estar haciendo cualquier otra cosa, pero lo cierto es que todos van como borregos a sus puestos de trabajo. Y no pueden hacer otra cosa.
En el metro me dedico a mirar sus caras. Veo cómo visten. Hoy quizá te he visto a ti. Ni siquiera te has dado cuenta de que te observaba. Miraba tu ropa, tus zapatos, tus ojos. Intentaba adivinar a qué te dedicas. Por qué ibas en ese metro. Si serías tú mi próxima víctima.
Tengo un buen puesto de trabajo en una pequeña empresa dedicada a logística y transportes. El trabajo me da igual, pero me permite tener tiempo para mi. Me cuido. Hago deporte. Leo libros. Pienso cómo asesinar al próximo desgraciado. Soy un gran pensador. Pienso cómo hacerlo sin que la policía pueda detenerme. Pienso quién será la próxima persona. Soy el mejor psicópata que ha habido jamás.
Cuando volvía del trabajo he pasado por delante del quiosco de periódicos donde compro habitualmente. Estaba cerrado. Ese maldito vago había decidido que no tenía que venderme a mí esta tarde la revista que leo cada semana desde hace dos años. Ese maldito viejo no estaba donde yo quería que estuviese. No lo he dudado ni un momento. En cuanto he llegado a casa he bajado al garaje y he recubierto las paredes de mi furgoneta con plásticos. Sé que el maldito viejo aparecerá por el quiosco a las siete de la mañana. A esa hora no habrá nadie en la calle. Es una buena hora para matarle. Mañana morirá. Qué tonto. Morirá por una revista. Pero así es la vida. O, mejor dicho, así es la muerte.